Pero lo cotidiano, lo necesariamente cotidiano, lo había reclamado cada vez con más fuerza, presentándole sus exigencias, hasta dejarle solamente una pequeña y amarga diversión de la que se negaba a desprenderse. De vez en cuando, cuando la luna, las mareas y el magnetismo planetario estaban todos afilados, se aventuraba, a través del tercer ojo abierto en su frente, en un extraordinario sistema de transporte que le permitía deslizarse por el aire hasta donde ella estuviera, y allí, completamente invisible, percibido sólo lo justo para ser molesto, la atormentaba como un fantasma, todo el tiempo posible, disfrutando de cada minuto que arrancaba.
Vineland, Thomas Pynchon